Las plantas carnívoras han cautivado durante mucho tiempo la imaginación popular, representadas hasta la exageración en clásicos de culto como La familia Addams y La tienda de los horrores como monstruos carnívoros, así como en cualquier videojuego de Super Mario. Sus homólogos en la vida real, aunque menos sanguinarios, son igual de fascinantes.
Solemos pensar que las plantas están en la base de la cadena alimentaria, dice Laurence Gaume, científica del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia. Pero las plantas carnívoras (definidas como aquellas capaces de atraer, capturar y digerir presas) «trastocan las leyes de la naturaleza con su asombrosa capacidad para alimentarse de animales».
De este ecléctico conjunto, las plantas jarra (también llamadas plantas jarro o copas de mono) forman uno de los grupos más numerosos. Se distinguen fácilmente de sus primas carnívoras (el atrapamoscas Venus, las droseras y las hierbas de la vejiga) por sus trampas: hojas modificadas que se pliegan para formar una cavidad profunda llena de un líquido que ayuda a digerir pequeños animales, sobre todo insectos.
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La evolución del gusto por la carne
Según Barry Rice, astrobiólogo y botánico del Sierra College de California (Estados Unidos), que ha cultivado más de 800 plantas de la familia Sarraceniaceae, la fabricación de estas «hojas complicadas» cuesta a las plantas «muchos recursos metabólicos».
Sin embargo, las plantas jarra persisten porque así pueden prosperar en entornos inhóspitos, como cimas de montañas bañadas por la lluvia, pantanos y areniscas minerales. En estos suelos pobres en nutrientes, la dieta animal de las plantas les proporciona el nitrógeno que de otro modo les faltaría.
La carnívora es una estrategia tan eficaz que ha evolucionado varias veces de forma independiente por plantas no relacionadas, afirma Rice: «Es un ejemplo notable de evolución convergente».
Una trampa mortal
Independientemente de cómo hayan evolucionado, todas las plantas jarra emplean «más o menos el mismo tipo de mecanismo de captura basado en la gravedad», afirma Alastair Robinson, botánico del Real Jardín Botánico de Victoria, en Australia.
El primer paso consiste en atraer a la presa hacia la jarra, lo que la mayoría de las plantas consigue con néctar dulce o colores brillantes. Algunas incluso se sirven del olfato de sus presas, cambiando los aromas que producen para atraer a distintos tipos de presas, como describen Gaume y sus colegas en un artículo publicado en 2023. Descubrieron que las jarras que desprenden aromas florales atrapan más abejas y polillas, mientras que las que emiten olores de ácidos grasos capturan más moscas y hormigas.
Una vez que la presa está en el borde de la planta jarra, a menudo es un punto de no retorno. Los bordes de las jarras son muy resbaladizos: muchos tienen una capa de cristales de cera parecida a «la capa resbaladiza de una sartén de teflón», mientras que otros tienen superficies «húmedas» que hacen que los insectos se deslicen directamente hacia la copa de la jarra, de forma parecida a como los coches patinan por una carretera mojada, explica Ulrike Bauer investigadora de la Universidad de Exeter (Reino Unido), que estudia la mecánica del movimiento de las plantas.