MÉXICO (EFE).- El padre Andrés López está recuperando su vida tras una lucha de 33 días contra la COVID-19. Ya puede salir de su habitación, retomar poco a poco su rutina deportiva y, cuando le autoricen, volverá a hacer la tarea por la que se contagió: realizar la extremaunción en su lecho de muerte a los enfermos graves de coronavirus.
Este sacerdote mexicano, de 35 años, ya libre del virus, reflexiona con Efe desde su parroquia acerca de los miedos que pasó en su habitación estando enfermo, agudizados por el recuerdo de ver a chicos jóvenes «en terapia intensiva luchando entre la vida y la muerte».
«Cuando te enfermas, inmediatamente experimentas el temor. ¿Qué pasaría si yo me agravo? ¿Qué pasaría si yo acabo en terapia intensiva? ¿Que pasaría si yo pierdo la vida? Yo lo experimenté muy fuerte porque como vi muchos enfermos graves, veía cómo estaban sufriendo. ¿Y qué diferencias hay entre ellos y yo?», cuenta López.
En toda la arquidiócesis de Ciudad de México, a la que pertenece este padre de la iglesia de la Sagrada Familia del sur capitalino, hay solo tres curas que reparten la extremaunción a enfermos graves de COVID-19.
Se presentaron como voluntarios en marzo, cuando, no sin miedo, vieron los estragos de la enfermedad en otros países.
«Me puedo contagiar, me puedo morir. El miedo estaba ahí», reflexiona López sobre el momento de presentarse al voluntario, pero asegura que la «tragedia de tantas personas que estaban muriendo fue más fuerte que el temor».
«Para nosotros los sacerdotes el momento de la muerte es fundamental. Creemos que nuestra alma está llamada a la eternidad y el paso de la vida temporal a la eternidad es decisivo», resume sobre la importancia de la extremaunción para los católicos.
México es, según el Vaticano, el segundo estado con más católicos del mundo con 111 millones, solo superado por Brasil.
AUTORIZACIÓN EN LOS HOSPITALES
El sacerdote se despidió de su madre y de su padre que esta enfermo de cáncer, a principios de marzo y para todo el tiempo que durara la pandemia, consciente del peligro que suponía como un posible foco de contagios.
El equipo COVID de la arquidiócesis de Ciudad de México, formado por los tres capellanes, el obispo y algunos médicos, empezó a trabajar entonces en un protocolo para entrar a los hospitales, pero no pudieron acceder a las instalaciones hasta abril.
López detalla que la entrada a los hospitales depende del criterio de cada director, lo que ha sido «un obstáculo», ya que «la mayor parte no han permitido el ingreso y algunos de modo muy ocasional«.
Solo han trabajado regularmente en el Hospital General de México, y pese a estas limitaciones han atendido «tal vez a 1.500 personas».
«Yo entraba en una habitación, había dos enfermos, hablaba con ellos, orábamos, les daba el sacramento y tenía ya que irme a la siguiente. Pero a pesar de esa limitación creo que se podía crear un vínculo espiritual», revela.
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El padre Andrés López dio positivo por coronavirus el 24 de mayo como parte de un protocolo de pruebas regular, y desde entonces se aisló en su habitación de la parroquia, que «se selló totalmente».
Sus primeras dolencias fueron malestar estomacal y luego una somnolencia muy fuerte, que le duró unos 10 días, pero la tos empezó a las dos semanas y los «síntomas se agravaron», lo que exacerbó su temor aunque las pruebas hospitalarias fueron halagüeñas.
«Yo enfrenté el temor haciendo un acto de fe y de confianza en Dios. Diciéndole a nuestro señor ‘mi vida está en tus manos, no está en manos del virus’«, reflexiona.
En sus 33 días enfermo, López no tuvo contacto directo con nadie, pero primero su sueño constante y luego el apoyo recibido a través de un rosario virtual de la esperanza ideado por él mismo al principio de la pandemia le ayudó a lidiar con la soledad.
«Se enteró la gente que yo estaba enfermo y muchos de los que habían estado enfermos, por los que habíamos rezado y se habían curado, ahora estaban rezando por mí. Eso me daba muchos ánimos», admite.
VUELTA A LA ACTIVIDAD
Sus síntomas no habían desaparecido, pero el 25 de junio le comunicaron que había superado el virus. Su reacción, pese a sufrir todavía malestar, fue de «mucha alegría» y salió a compartir oraciones y una botella de vino con sus compañeros de parroquia.
Ahora, mientras retoma todas sus actividades personales y pastorales a medida que su salud mejora, ya piensa en volver a los hospitales a expiar pecados a moribundos cuando los médicos «indiquen que ya es prudente volver».
«Me da un poco de temor, me siento un poco dividido porque la opinión de los científicos está dividida (sobre la inmunidad) (…) Está la duda razonable, pero creo que con la misma fe que empecé voy a tratar de seguir», concluye.
Según datos de la Universidad Jonhs Hopkins, Mexico registra un total de 299,750 contagios confirmados y 35,006 muertes por Covid-19.