La investigación sigue acumulando indicios de que el ayuno intermitente, más prolongado que el que practicamos todos los días mientras dormimos, puede tener beneficios para la salud.
Se ha observado que cuando se deja de comer durante el tiempo suficiente, el organismo cambia de fuente de energía y empieza a consumir los almacenes de grasa. Eso ayuda a perder peso, que, a su vez, mejora la hipertensión o los niveles de glucosa, aunque faltan seguimientos a largo plazo que muestren si es un estilo de alimentación que se puede mantener durante mucho tiempo.
Algunos estudios también han mostrado beneficios en el sistema inmune, en el cardiovascular o en la resistencia a la insulina, que está detrás de la diabetes, pero no se conocen bien los mecanismos que explican esas observaciones.
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Estas variaciones afectarían, por ejemplo, a proteínas que evitan el deterioro de las neuronas. Para Pietzner, su trabajo implica que, “aunque esto no descarte que el ayuno que dura solo unas horas tenga pequeños efectos beneficiosos”
“El mensaje de estos resultados es que necesitas dos o tres días de ayuno para que se produzca este cambio, se empiecen a utilizar estos recursos internos y, posiblemente, comiencen distintos tipos de programas metabólicos en distintos órganos”, mencionó Pietzner.
Para otras enfermedades, los investigadores vieron que el ayuno prolongado redujo la cantidad de algunas proteínas que favorecen la aparición de enfermedad coronaria.
Sin embargo, también observaron un incremento en el riesgo de trombos. “Por eso es importante que la gente sea consciente de la necesidad de guía médica cuando se aplican este tipo de intervenciones extremas, porque también hay gente con más riesgo de sufrir consecuencias adversas”, afirma Pietzner.