El día de San Valentín no solo se festeja la importancia del amor, es la oportunidad para que las parejas recuerden que mantener la “llama encendida” es una grata tarea a tener en cuenta.
En ese sentido, el feminismo trajo cambios a este día, recordando por sobre todo que el amor de pareja es una unión simétrica, de igualdad y no como nos han hecho creer por siglos que está basado en la complementariedad, esa antigua creencia de dos piezas que se ajustan, pero cuyo mecanismo lo manipula el hombre.
Si bien en estos tiempos la mujer agradece los gestos de caballerosidad, las sorpresas, las invitaciones y los regalos, prefieren que las decisiones se tomen en conjunto. No quieren ser las invitadas a un evento que el hombre digita a su gusto o supone que con la salida la va a sorprender.
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La mayor sorpresa será entonces que juntos puedan programar qué se hace para festejar, dónde, si estarán solos o con otras parejas. Y estoy hablando de aquellos que están bien dispuestos al festejo, porque hay cada vez más personas que se resisten a una festividad importada con un toque de cursilería y artificio.
En los tiempos que vivimos, hacerse un espacio para estar juntos y disfrutar del encuentro suele ser complicado. La vida es urgente y los actos románticos también lo son.
El día de los enamorados reflota la idea romántica del amor y la incondicionalidad de los vínculos afectivos (comprende también la amistad). Sin embargo, el amor romántico de pareja está sujeto a los cambios de las estructuras de género. Ya no se sostiene que el amor de pareja es complementario (la media naranja), hoy en día la autonomía personal es regla.