Cada verano, los monumentos más emblemáticos del mundo, como la Torre Eiffel o la Estatua de la Libertad, aumentan su tamaño por el calor.
CURIOSIDADES.– ¿Se te ocurre un mejor plan para las vacaciones que viajar a lugares desconocidos y hacer turismo en diferentes ciudades extranjeras? Desde luego, si eres un aficionado de los viajes, esa será una de tus primeras opciones que barajas cuando se te presentan un par de días libres.
Sin embargo, si estás pensando en ir a explorar algún monumento memorable, tenemos que decirte que, dependiendo de si lo haces en verano o en invierno, puede que te encuentres con situaciones muy diferentes.
Y es que, por del material con el que esté diseñada su estructura, este será más o menos sensible a los cambios de temperatura que se producen entre las diferentes estaciones del año. Así, en las épocas de calor, se dilatará y su tamaño aumentará unos centímetros.
De hecho, incluso puede llegar a inclinarse unos grados, tal y como le ocurre a la Torre Eiffel durante los meses de verano. ¿Quieres saber cómo varían exactamente algunos de los monumentos más famosos del mundo y por qué se produce este fenómeno? Te lo contamos todo.
LA EXPANSIÓN TÉRMICA
Toda la materia está compuesta por átomos: sistemas microscópicos formados por un núcleo y una coraza. La parte central, el núcleo, se encuentra lleno de una mezcla de pequeñas cargas positivas, los protones, junto a otras sin ningún tipo de carga, los neutrones.
Además, es orbitado por una serie de partículas con carga negativa, llamadas electrones. Pues bien, tienes que saber que estos pequeños sistemas no se están nunca quietos y realizan cantidad de movimientos: los electrones se mueven en torno al núcleo, el átomo en sí rota, se traslada… Y lo más importante en este caso: vibra.
Y esa vibración no es nada fortuita, sino que es consecuencia directa de la temperatura que existe en el entorno. Si la temperatura fuera 0 grados Kelvin, es decir, -273 grados Celsius, estaríamos en una situación conocida como cero absoluto, y el átomo se mantendría quieto.
Sin embargo, es una situación hipotética, y esa temperatura no es alcanzable, por lo que nuestro sistema atómico se encuentra siempre en vibración, de forma que a más temperatura, más vibración y más movimiento.
Ahora bien, si te imaginas un cuerpo formado por átomos, por ejemplo, una gran bola de hierro, puedes pensar en cómo sus átomos vibran a una temperatura ambiente de 25 °C dándole su forma externa. Sin embargo, a medida que la temperatura asciende, por ejemplo en verano, sus átomos vibran cada vez más, ocupando cada vez más espacio en estos movimientos y necesitando mayor separación entre ellos. Por lo tanto, al irse separando, el objeto, la gran bola de hierro, aumenta su tamaño gradualmente.
Esto es exactamente lo que sucede con ciertos monumentos en verano: el aumento de temperatura durante el día hace que sus átomos vibren con más fuerza, necesitando un mayor espacio para ejecutar sus movimientos y aumentando el tamaño de la estructura en su totalidad.