Los microplásticos son diminutas partículas de plástico con un diámetro menor a 0,2 pulgadas (5 mm), generalmente generadas como residuos de materiales desechados sin el adecuado tratamiento.
Algunas son tan pequeñas que tienen un diámetro de apenas 0,0007 mm, esto facilita su ingreso al cuerpo humano o animal a través de la inhalación de partículas en el aire o la ingestión, ya sea en alimentos o mediante envases plásticos, utensilios de cocina y cubiertos.
Diversos estudios dieron cuenta de la presencia de microplásticos en el cuerpo humano, ya sea en los pulmones, testículos, o incluso en el torrente sanguíneo y la leche materna.
Asimismo, un estudio ha proporcionado evidencia experimental directa sobre cómo ciertos aditivos en los microplásticos, específicamente los éteres de difenilo polibromados, pueden penetrar a través de la piel.
“Los microplásticos están omnipresentes en nuestro entorno y aún comprendemos poco acerca de los posibles impactos en la salud”, según el autor principal del estudio, Ovokeroye Abafe.
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La investigación empleó modelos de piel humana en 3D para simular la exposición a microplásticos durante 24 horas, marcando un hito al ser la primera evidencia de que los químicos añadidos a los microplásticos pueden ingresar al cuerpo a través de la piel y el sudor.
Este descubrimiento subraya la urgente necesidad de más investigaciones que expliquen otras vías por las cuales los microplásticos pueden introducir sustancias tóxicas en el organismo, así como estrategias para reducir esta exposición.
Otro estudio histórico publicado en el New England Journal of Medicine vincula los microplásticos y nanoplásticos encontrados en las placas de los vasos sanguíneos humanos con un posible aumento del riesgo de ataque cardíaco, accidente cerebrovascular o muerte.
Investigadores de la Universidad de Viena encontraron partículas de plástico en el cerebro de ratones tan solo dos horas después de que los animales ingirieran agua potable contaminada con plástico.
Los autores del estudio advirtieron que una vez en el cerebro, estas partículas podrían aumentar el riesgo de inflamación, trastornos neurológicos y posiblemente enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer o el Parkinson.